Inseminó una vaca con semen de un toro de hace casi 50 años y el resultado fue increíble

La genética bovina es un desafío constante y pareciera no tener techo hacia adelante pero tampoco hacia el pasado. Así lo vive el veterinario y productor agropecuario santafecino Juan Haumuller. Es que la realidad y sus más de 30 años de profesión lo sorprendieron cuando un colega y exalumno de la Facultad de Veterinaria de Casilda lo llamó para pedirle si tenía alguna pajuela suelta en su termo de nitrógeno para inseminar a su única vaca Holando en la chacra familiar pegada a la ciudad de Rosario, junto a un caballo y unas pocas ovejas.

“Hace como un año me llamó este colega porque un pariente que había ido un fin de semana a pasar el día a la chacra, había visto ‘rara’ a la vaca y que podría ser que estaba en celo. Entonces, un día que iba para mi campo, que me queda de paso, decidí hacerme un tiempo y llevarle una pajuela para inseminarla”, contó a LA NACION.

El día pactado, muy temprano, el veterinario fue a la sala donde guarda los cuatro termos de nitrógeno líquido, con almacenamiento de pajuelas de semen de diferentes años y toros y tomó uno de los canastitos para elegir al azar una de ellas, sin saber que la seleccionada era del año 1974.

El veterinario santafecino Juan Haumuller, en su metier
El veterinario santafecino Juan Haumuller, en su metierGza. Juan Haumuller

“¡Sí! Casi medio siglo tenía de fecha de elaboración y pertenecía a un toro inglés Aberdeen Angus llamado Pinocchio of barn Olby, que era de la cabaña de los Firpo. No lo sabía pero Raúl, mi padre, que había trabajado mucho tiempo con ellos, evidentemente tenía atesorado en el termo semen de varios toros de renombre”, describió.

Según relató, en el pasado, Raúl Haumuller, hoy con 93 años, fue uno de los pioneros en congelar semen de bovinos y por el año 1956 viajó a los Estados Unidos a especializarse en estos temas: “Esa pasión me la trasmitió desde siempre, así como también el amor por ser profesor”.

Cuando llegó a la chacra, su amigo lo esperaba en la tranquera, mientras la vaca estaba en el fondo del lote de la casa principal. La fueron a buscar e improvisaron una manga para poder trabajar de manera tranquila. Se calzó el overol, los guantes bajó el termito de transporte junto a otros implementos veterinarios y se puso manos a la obra: inseminarla.

Cuando se retiró del lugar, en el viaje rumbo a su establecimiento, pensaba para sus adentros si realmente iba a funcionar ese semen tan antiguo en una vaca que la habían visto ‘rara’.

“Si bien tenía el cuello del útero blando, como que estaba ovulando, no tenía la certeza que fuera así. De verdad que no le tenía fe, dudaba si iba quedar preñada o no”, indicó.

En la manga, otro de los lugares preferidos de Haumuller
En la manga, otro de los lugares preferidos de HaumullerGza. Juan Haumuller

Pero todo fue sorpresa cuando días atrás recibió un mensaje de su amigo-colega con una foto que decía: “Mirá el ternero que nos dio la vaca”.

“Aunque todavía no lo fui a ver, es un muy lindo ternero, de una gran calidad, muy carnicero y de frame chico, como se usaba en aquellos tiempos”, describió.

El veterinario, de 54 años, no sale de su asombro, porque no existen estudios que digan cuál es la viabilidad de las pajuelas conservadas de hace muchos años una vez descongeladas. Aclaró que, a diferencia de los embriones que poseen alrededor de 120 células, las pajuelas de semen tienen entre 10 y 20 millones de espermatozoides que, a una temperatura por debajo de los -195,8 Cº, “la vibración de sus moléculas es nula, no se mueven, no se oxidan y están inertes, es un procedimiento noble”.

Tras este resultado, en las próximas campañas de inseminación, señaló que piensa en utilizar unas 10 dosis que tiene almacenada su padre desde hace más de 70 años, cuando se utilizaban ampollas de vidrio en vez de pajuelas.

Haumuller divide su vida en sus tres grandes pasiones, todas heredadas de Don Raúl: es veterinario y asesora a tres cabañas, es ganadero en su campo donde cría Brangus negro y, además, es docente universitario de la cátedra de Obstetricia en Casilda.

“Amo las tres actividades pero enseñar es el último trabajo que dejaría. Ser profesor es muy enriquecedor, comencé como ayudante de cátedra a los 18 años y nunca más me fui. Trasmitir, dejar una enseñanza, un concepto es algo que no tiene precio. Siempre me gustó el vínculo que se genera con la gente joven, donde somos casi familia”, finalizó.

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