Las hormigas representan una de las principales plagas en la producción forestal. Para combatir al insecto, los productores de sauces y álamos del Delta del Río Paraná aplican cebos tóxicos cuyos principios activos pueden contaminar los suelos y las aguas de la región. En este contexto, investigadoras de la Facultad de Agronomía de la UBA (FAUBA) y del INTA lograron reducir hasta el 80% del daño causado por las hormigas en los árboles por medio un control basado en el uso de compuestos químicos naturales y en el manejo de la vegetación espontanea en las plantaciones. Esta estrategia permitiría disminuir la cantidad de insecticidas que se aplican hoy en día para tratar la plaga.
“La hormiga es la plaga principal en la producción forestal del Delta del Río Paraná, donde afecta, sobre todo, a los árboles más jóvenes, de entre uno y tres años. Para evitar los daños que provoca, y ante la falta de alternativas de control, se suelen usar cebos tóxicos que pierden su efectividad al humedecerse por la lluvia, por el ascenso de las napas o por las inundaciones frecuentes del Delta. Si las hormigas no se llevan el cebo al hormiguero antes de que se moje, sus principios activos —fipronil o sulfluramida— quedan en la tierra o se van a las aguas e impactan de forma negativa el ambiente”, explicó Patricia Carina Fernández docente de la cátedra de Química de las Biomoléculas de la FAUBA e investigadora del INTA y del Conicet.
“Es más, las hormigas aprenden a identificar los cebos. En principio, como su olor las atrae, lo recolectan y lo llevan hacia el nido. Cuando reconocen que les hace daño, dejan de recolectarlo. Por lo tanto, después de un tiempo los cebos pierden su efecto atractivo y quedan en el ambiente. Mientras tanto, la plaga vuelve a atacar los árboles al no encontrar otra alternativa para alimentarse”, resaltó Daiana Perri, quien comparte cátedra con Fernández y es becaria doctoral del Conicet.
En este sentido, Fernández señaló que la forma en que se producen las salicáceas en la región favorece que las hormigas se conviertan en plaga. “Antes de implantar los árboles jóvenes, los productores suelen aplicar herbicidas para evitar la competencia del cultivo con cualquier otra planta. Pero el campo ‘pelado’ es ideal para que las hormigas reinas construyan numerosos nidos nuevos. Por eso, cuando las colonias salen a buscar alimento, lo único que encuentran es ese árbol joven recién implantado. Y lo atacan”.
“Ante esta situación, junto a Norma Gorosito, docente de la cátedra de Zoología Agrícola de la FAUBA, investigamos una estrategia de control llamada push-pull, basada en la combinación simultanea de dos estímulos, uno para alejar la plaga del árbol —repelente— y otro para dirigirla hacia otro sitio —atrayente—. Así logramos bajar el daño en los árboles hasta en un 80% y logramos el 100% de supervivencia, en comparación con la situación sin manejo de la plaga. Como repelente aplicamos un extracto vegetal y como atrayente dejamos crecer la vegetación espontanea de la zona para que esté disponible para las hormigas”, destacó Perri.
Del laboratorio al campo
Antes de probar esta estrategia en el Delta, las investigadoras estudiaron el control del insecto a escala de laboratorio. “El repelente que utilizamos fue el farnesol, un compuesto químico que se extrae de las semillas de la familia botánica Cucurbitáceas —la de los zapallitos, por ejemplo—. Realizamos diversos ensayos para probar su efecto sobre las hormigas. Los resultados mostraron que al aplicar en simultaneo repelentes y atrayentes se obtienen mejores resultados que con cada uno de ellos por separado”, contó Perri.
Fernández, agregó: “Con el farnesol obtuvimos mejores resultados de los que esperábamos, y esto en parte se debió al comportamiento de estos insectos, ya que aprenden muy rápido. Cuando se dan cuenta de que no pueden subir a los árboles, no gastan energía en tratar de subir de nuevo, siempre y cuando tengan otra opción para recolectar. En las producciones pudimos ver que el simple hecho de dejar crecer la vegetación espontánea como alternativa de alimentación reducía el daño en los árboles”.
“Una vez que alejamos las hormigas de los ejemplares implantados, se pueden aplicar insecticidas en sitios más reducidos o simplemente dejar que ataquen otras plantas. De esta forma disminuimos el daño en los árboles y, al reducir la superficie en donde usar el control químico, bajamos el impacto ambiental”, aclaró Fernández.
El mundo de las hormigas
Perri se explayó sobre la compleja biología de estos insectos. “Las hormigas tienen en sus antenas receptores para compuestos químicos con los que se comunican y socializan entre ellas. Así pueden interactuar en la oscuridad del nido en donde cultivan el hongo del que se alimentan o percibir las señales de sus pares en los largos caminos que recorren para buscar material verde para el hongo. Es más, pueden encontrar una planta por el olor a distancias considerables”.
“Hay que conocer las prácticas productivas de la zona, la biología y el comportamiento de la plaga para plantear un manejo integral. Hay mucho para investigar y trabajo por hacer con las hormigas y los productores. Estamos dando pasos firmes y los resultados son alentadores”, coincidieron las investigadoras.
Fuente: Fauba