La Organización Meteorológica Mundial (WMO) advierte que la extrema variabilidad del ciclo del agua en 2024 -marcada por sequías severas e inundaciones devastadoras- representa una amenaza creciente para el abastecimiento global de alimentos y los sistemas agrícolas.
En 2024, el suministro de agua dulce se volvió cada vez menos confiable en todo el planeta, generando sequías prolongadas e inundaciones extremas que ponen en riesgo la seguridad alimentaria mundial, según alerta la Organización Meteorológica Mundial (WMO). El último informe del organismo señala que 2024 fue el año más caluroso en 175 años, con temperaturas globales 1,55°C por encima del promedio preindustrial, lo que generó alteraciones críticas en los patrones hídricos globales.
Casi dos tercios de las principales cuencas hidrográficas del planeta presentaron niveles de agua muy por encima o por debajo de lo normal, alterando la disponibilidad para el consumo humano, la producción agropecuaria y la logística de exportación. La cuenca del Amazonas, vital para la biodiversidad, el comercio y la estabilidad climática de América Latina, sufrió una sequía histórica durante la primavera y el verano, afectando los flujos comerciales, el transporte fluvial y la producción de commodities agrícolas como soja, maíz y arroz.
Al mismo tiempo, regiones de África occidental y central registraron inundaciones fatales que dejaron más de 2.500 muertos y provocaron el desplazamiento de cuatro millones de personas. En Europa, se reportó la mayor superficie afectada por inundaciones en más de una década, mientras que el deshielo de glaciares continuó por tercer año consecutivo en todas las regiones.

Estas variaciones extremas, combinadas con el impacto del fenómeno El Niño, comprometen seriamente los sistemas agrícolas. El aumento de lluvias torrenciales, tormentas tropicales y olas de calor tiene efectos directos sobre los rendimientos de los cultivos, la infraestructura de riego, los suelos productivos y la trazabilidad agroalimentaria. En zonas productoras de América Latina, esta volatilidad hídrica impacta los costos logísticos, la estabilidad del transporte, el cumplimiento de normas fitosanitarias internacionales y la capacidad de respuesta frente a las exigencias de los mercados globales.
El informe también alerta sobre el creciente riesgo de conflictos sociales, migraciones forzadas y presión sobre los servicios hídricos, especialmente en países con sistemas de gobernanza hídrica débiles. La agricultura, como sector más expuesto a la variabilidad climática, requiere acciones urgentes de adaptación, tecnificación y financiamiento resiliente. La implementación de tecnologías de agricultura de precisión, prácticas de manejo sostenible del agua y soluciones de biotecnología agrícola se vuelve clave para sostener la producción ante eventos climáticos extremos.
En términos comerciales, esta crisis hídrica afecta directamente la competitividad del comercio agrícola de América Latina. La región depende de su ventaja comparativa en productos agroindustriales para sostener su balanza comercial, pero sin una inversión decidida en infraestructura hídrica, sistemas de alerta temprana, y políticas de sustentabilidad, esa ventaja puede diluirse. La capacidad de diversificación de mercados, así como la integración efectiva en acuerdos como el T-MEC, MERCOSUR o Alianza del Pacífico, dependerá de la capacidad de adaptación estructural ante estos desafíos.
Organismos multilaterales como la FAO, el BID, el IICA y la OMC coinciden en la urgencia de fortalecer la cooperación regional para garantizar el uso sostenible del agua y blindar las cadenas de valor agroalimentarias frente al nuevo escenario climático. La resiliencia ya no es una opción, sino una condición indispensable para mantener el liderazgo agroexportador de la región.
Conclusión: la creciente irregularidad del ciclo del agua ya no es una advertencia futura: es una realidad actual que exige respuestas urgentes y coordinadas. América Latina, como actor central del comercio agroalimentario mundial, debe encabezar una estrategia de innovación, financiamiento verde y gobernanza hídrica que le permita no solo resistir, sino transformar su rol en los mercados agrícolas globales bajo las nuevas condiciones del siglo XXI.

