Sistemas multifunción: cómo la apicultura potencia al agro argentino más allá de la carne, la leche y la semilla

La pérdida de biodiversidad y la presión agrícola ponen en jaque la producción de semillas forrajeras. En ese escenario, los sistemas mixtos con apicultura vuelven a cobrar protagonismo.

En el norte bonaerense, la sojización y el avance del maíz y el trigo/soja dominaron el uso del suelo durante décadas gracias a la genética mejorada y a prácticas agronómicas que consolidaron un modelo rentable. Pero detrás de ese éxito quedó relegada la diversidad de especies forrajeras -trébol blanco, lotus tenuis, lotus corniculado, vicias y hasta leguminosas estivales como la crotalaria– claves para mantener pasturas persistentes y sumar fertilidad nitrogenada, estructura del suelo, fijación de carbono y mayor margen de maniobra en el control de malezas. Para sostener ese equilibrio, es necesario que estas especies formen semilla, y ahí entra en juego un aliado silencioso pero decisivo: la abeja melífera (Apis mellifera).

La intensificación agrícola y el uso continuo de agroquímicos redujeron fuertemente la biodiversidad y, con ella, la presencia de polinizadores naturales. Por eso, en muchas leguminosas la producción de semilla depende directamente de la presencia de colmenas y de una correcta coordinación entre productores y apicultores. Las fabáceas necesitan fecundación cruzada: su polen debe llegar a otra planta, algo imposible sin insectos. Las gramíneas, en cambio, son anemófilas, pero en pasturas mixtas el rol de las abejas resulta determinante.

Sistemas multifunción: cómo la apicultura potencia al agro argentino más allá de la carne, la leche y la semilla

El trébol blanco, autoestéril y productor de un néctar muy atractivo, es quizá el mejor ejemplo: para obtener semilla se requieren 2 a 3 colmenas activas por hectárea, distribuidas correctamente. Su miel blanca es una de las más valoradas por la apicultura argentina. El lotus tenuis y el lotus corniculado también dependen de múltiples visitas de abejas para una buena fecundación, y suelen necesitar tres o cuatro colmenas activas por hectárea. La vicia villosa, altamente autoincompatible, exige polinización cruzada y presencia de colmenas desde el inicio de la floración. En cambio, la vicia común y la de Hungría son mayormente autógamas y requieren menos intervención. En el caso de los melilotus, la necesidad de polinizadores varía: el trébol de olor blanco bianual puede multiplicar por diez su producción de semilla con insectos, mientras que el tipo anual es más autofértil y el melilotus amarillo depende otra vez de la fecundación cruzada. La crotalaria, de fecundación mayormente cruzada, también se beneficia del trabajo apícola.

Para que este engranaje funcione, las colmenas deben ser fuertes, con abundante cría, obligando a las abejas a recolectar polen y garantizando una polinización eficiente. Pero esto reduce el espacio disponible para miel, por lo que el apicultor debe ser compensado por el productor: recibir una buena polinización no es gratis, aunque sí es una inversión que repercute en más semilla, mejores pasturas y mayor sustentabilidad.

 

La articulación entre apicultura y pasturas de leguminosas no es un detalle técnico sino una estrategia productiva. En un agro argentino condicionado por la presión agrícola, la brecha cambiaria, la variabilidad climática y la necesidad de sumar servicios ambientales, los sistemas multifunción -que integran miel, carne, leche, semillas y regeneración de suelos- ofrecen una salida competitiva y, sobre todo, más resiliente. Integrar abejas no es una cuestión romántica: es producir mejor, y producir futuro

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