Argentina presenta Biopellet, la innovación del INTA y el Conicet que transforma residuos en un biofertilizante económico y sustentable, con fuerte potencial para Cuyo y otras regiones del país.
La gestión del suelo se volvió uno de los grandes desafíos del agro argentino y regional. Entre la sojización, la caída de la materia orgánica y la necesidad de producir más con menos impacto ambiental, el sector busca soluciones que combinen eficiencia, sustentabilidad y costos razonables. En ese contexto aparece Biopellet, el biofertilizante pelletizado desarrollado por el INTA y el Conicet, que convierte compost local en un insumo práctico, económico y de triple impacto.
El producto, ya validado en ensayos a campo en tomate, vid, forrajes y hortalizas, aporta nutrientes, microorganismos benéficos y materia orgánica, tres componentes clave para recuperar la estructura del suelo, mejorar la disponibilidad de nutrientes y potenciar la productividad. «Con Biopellet buscamos mejorar la fertilidad sin recurrir a estiércol crudo y con una alternativa más accesible que los fertilizantes químicos«, explicó Luis Bueno, investigador del INTA San Juan.
Uno de los grandes diferenciales está en su formato pelletizado, que facilita la aplicación homogénea, simplifica el manejo y reduce tiempos y costos para productores de todos los tamaños. «El formato pelletizado revoluciona el manejo: facilita transporte, almacenamiento y aplicación, con ventajas por sobre otros bioinsumos«, destacó Emanuel Ontivero, biólogo del Conicet e integrante del equipo técnico.
Pero el impacto de Biopellet no se limita al lote. Su fabricación a partir de residuos agroindustriales del Parque de Tecnología Ambiental de San Juan lo convierte en un ejemplo concreto de economía circular, transformando un pasivo ambiental en un insumo estratégico. «Nuestro objetivo es generar empleo local, mejorar la competitividad y convertir un residuo en un recurso para la producción«, subrayó Carlos Núñez, economista del proyecto.

El INTA estima que solo en Cuyo existe un mercado inicial de más de 345.000 hectáreas con potencial de adopción inmediata, aunque el proyecto apunta a una planta de mayor escala que permita abastecer tanto a productores locales como a mercados regionales e incluso internacionales. Para la institución, el desarrollo reafirma el rol de la ciencia pública como motor de soluciones productivas. «Este proyecto muestra cómo la articulación científica puede ofrecer respuestas concretas para la agricultura del futuro«, concluyó Bueno.
Biopellet se posiciona así como una herramienta clara para avanzar hacia una agricultura regenerativa, mejorar suelos degradados y reducir la dependencia de insumos químicos, en un momento en el que la trazabilidad, la huella ambiental y las exigencias globales condicionan el comercio agroalimentario.

