Un dólar más débil, recortes de tasas en Estados Unidos y políticas monetarias dispares en la región configuran un escenario clave para el agro latinoamericano, donde competitividad, financiamiento y comercio exterior vuelven a estar en el centro del análisis.
El cierre de 2025 deja definiciones macroeconómicas que el sector agropecuario de América Latina no puede ignorar. La evolución del dólar, las decisiones de política monetaria en Estados Unidos y los ajustes -o giros- de los bancos centrales regionales empiezan a delinear el tablero sobre el cual se moverán las exportaciones agroalimentarias en 2026.
Según el último informe anual de la consultora PUENTE, el escenario combina oportunidades financieras con desafíos cambiarios, especialmente relevantes para una región altamente dependiente de los commodities agrícolas, los precios internacionales FOB/CIF y el acceso al financiamiento externo.

En ese marco, la Reserva Federal de Estados Unidos volvió a recortar su tasa de interés en 25 puntos básicos, llevándola al rango de 3,5%-3,75%. La decisión responde a una desaceleración moderada de la economía norteamericana y a una inflación que, si bien continúa por encima del objetivo, muestra señales de moderación. Para el agro latinoamericano, este movimiento no es menor: tasas más bajas tienden a mejorar las condiciones de crédito, facilitar inversiones en logística de exportación, infraestructura y tecnología, y reducir el costo financiero de las cadenas de valor agroalimentarias.
El informe destaca que este contexto se presenta como una ventana para asegurar rendimientos y financiamiento a plazos cortos, especialmente en instrumentos de menor duración, algo que puede resultar atractivo para empresas agroexportadoras, cooperativas e inversores vinculados al sector.
En paralelo, el dólar muestra señales de debilidad. El índice global DXY retrocedió cerca de 1,7% en el último mes, y las proyecciones apuntan a que la divisa estadounidense continúe perdiendo valor frente a otras monedas desarrolladas durante 2026. En particular, el euro podría promediar US$1,19 por unidad en el primer trimestre del año, respaldado por una política monetaria más cautelosa del Banco Central Europeo y una inflación alineada al objetivo.

Para el agro regional, este movimiento tiene un efecto mixto. Por un lado, un dólar más débil suele mejorar la competitividad externa de los productos agrícolas latinoamericanos en los mercados globales. Por otro, impacta de manera desigual sobre los ingresos en moneda local, dependiendo de la evolución cambiaria de cada país.
En América Latina, las políticas monetarias siguen caminos distintos. En los últimos dos años, la mayoría de los bancos centrales avanzó en recortes graduales de tasas, acompañando la desinflación y buscando sostener la actividad económica. Chile y México profundizaron este sendero, con tasas de referencia en 4,5% y 7,0%, respectivamente, mientras que Paraguay mantuvo su tasa en 6%. Estas decisiones se reflejaron en monedas más fuertes, con apreciaciones que, si bien ayudan a contener la inflación, pueden restar competitividad a las exportaciones agropecuarias.
Brasil aparece como la excepción: frente a mayores expectativas inflacionarias, endureció su política monetaria y llevó la tasa hasta el 15%, nivel que sostuvo en diciembre. En contraste, Argentina, Colombia y el propio Brasil registraron depreciaciones cambiarias recientes, un factor que mejora los precios de exportación agrícola, aunque tensiona los costos internos y el acceso al crédito.
De cara a 2026, el mensaje para el agro latinoamericano es claro: el contexto macroeconómico global vuelve a ser tan determinante como el clima o los rindes. Un dólar en retroceso, tasas internacionales más bajas y monedas regionales con comportamientos dispares obligan a productores y exportadores a afinar estrategias financieras, diversificar mercados y apostar al valor agregado.
En un escenario de creciente competencia global y mayores exigencias en sustentabilidad, trazabilidad y eficiencia logística, la capacidad del agro regional para adaptarse a estas variables será clave para consolidar su rol estratégico en la seguridad alimentaria y el comercio agrícola mundial.

