Tan pronto como se quita un maíz de su tallo, o se arranca una papa del suelo, viaja desde unos pocos kilómetros a través de continentes y, a veces, se somete a una multitud de procesos que la transforman en el alimento que consumimos.
Todos estos kilómetros y procesos contribuyen a lo que se conoce como la cadena de valor alimentaria (FVC), a lo largo de la cual, como era de esperar, aumenta el valor del producto. Sin embargo, la mayor parte de la investigación y la atención prestada hasta ahora a las FVC se produce en los extremos de la cadena: dentro de la puerta de la granja y en el plato del consumidor.
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