“Argentina es el tercer productor mundial de soja, en el año 2017 comercializó 56 millones de toneladas. En la industrialización de este grano, como consecuencia de la rotura, surge la cascarilla de soja, un residuo que representa el 2% del peso.
Suponiendo que 20 millones de toneladas por año sean procesados en esta zona, la cascarilla representa aproximadamente 400.000 toneladas anuales”, señala Guillermo Picó, investigador del CONICET y director del Instituto de Procesos Biotecnológicos y Químicos (IPROBYQ, CONICET-UNR).
Picó lleva adelante este estudio junto al grupo del Laboratorio de Bioseparaciones, junto a la becaria posdoctoral Nadia Woitovich Valetti; el investigador asistente David Giordano y los becarios doctorales Emilia Brassesco y Barbara Bosio; y Paola Camiscia.
El aprovechamiento de los residuos de biomasa vegetal proveniente de la industrialización principalmente de granos, frutas y otros vegetales es una actividad poco desarrollada en nuestro país, explica Picó y agrega: “Estos desechos representan miles o millones de toneladas de fuentes de carbono y de otras moléculas de importancia biotecnológica como enzimas, polifenoles, empleados actualmente como suplementos dietarios, enzimas de aplicación industrial, moléculas de uso farmacológico. Muchas de esas moléculas en Argentina se importan, por este motivo, si se aplican tecnologías que se desarrollen localmente y si se emplea equipamiento de construcción nacional, se podrían recuperar y poner en el mercado”.
UNA CASCARILLA Y MUCHAS POSIBILIDADES
Actualmente la cascarilla de soja no tiene ninguna utilidad, se suele destinar una pequeña parte como alimento para el ganado y el resto es quemado o descartado al medio ambiente, dado que es difícil de manejar por el gran volumen que ocupa una tonelada de cascarilla.
“Junto con el descarte de la cascarilla de soja, se están perdiendo muchas sustancias valiosas contenidas en este residuo”, indica Picó y añade: “La cascarilla tiene 40% de celulosa blanca. Eso daría unas 300.000 toneladas de esta sustancia, si se llegara a industrializar este desecho agrícola. Al mismo tiempo, tiene muy poca cantidad lignina, -que es lo que le otorga dureza y color a la madera-. Las papeleras, que utilizan madera de los árboles para hacer la pasta de celulosa para quitarle la lignina y lograr el color blanco, emplean reactivos químicos muy tóxicos. Con el desecho de la soja, al tener muy baja cantidad de lignina, podemos emplear un proceso enzimático que es más económico y además no contamina el ambiente”.
Además la cascarilla es una gran fuente de proteasas. “Estamos desarrollando metodologías amigables con el medio ambiente para obtener moléculas valiosas presente en la cascarilla como la enzima peroxidasa y proteasas empleadas para esterilizar equipo medicinal”, destaca Picó.
“La ventaja es que disponemos de un residuo que es desechado por la empresa, es decir, costo cero y muy fácil de usar. La cascarilla de soja – tiene un valor agregado muy grande y muchas potencialidades” concluye Picó, quien añade que esta investigación es posible gracias a fondos FONCYT, de la Agencia Nacional de Promoción Científica y Tecnológica (ANPCyT) y del Ministerio de Ciencia, Tecnología e Innovación Productiva de la provincia de Santa Fe.