Los autores del libro «Bioeconomía: una estrategia de desarrollo para la Argentina en el siglo XXI» -que lleva el subtítulo «Promoviendo la bioeconomía como modelo de desarrollo sostenible: entre políticas públicas y estrategias privadas»- son Jeremías Lachman, Roberto Bisang, Edith Scheinkerman de Obschatko y Eduardo Trigo.
La publicación, un estudio de experiencias empresariales exitosas en bioeconomía desarrolladas en los últimos años en el país, muestra el camino para un «nuevo modelo productivo» que reduce el uso de combustibles fósiles, recicla y aprovecha los desechos y desperdicios y genera bioproductos para múltiples usos.
La bioeconomía se basa en «la captación de energía libre, su transformación en biomasa y la posterior industrialización total de todos los productos, subproductos y residuos, con especial cuidado por el medio ambiente».
Este modelo de «industrialización biológica», que incluye a «todos los productos que utilizan biomasa y biotecnología como insumos», permite «diversificar el patrón de exportaciones de productos primarios y commodities agroindustriales, incorporando exportaciones de alto valor agregado y sustentabilidad probada».
Sustentada por el uso de energías renovables y el desarrollo de materiales naturales, ya se implementa con éxito en los países desarrollados; y, en la Argentina, juega actualmente un papel importante, ya que el sector empresarial la ha incorporado, debido a la incorporación de nuevas actividades a la producción agrícola tradicional.
En el país, destacan los especialistas, «la combinación de recursos naturales con los conocimientos biológicos disponibles ofrece un gran potencial para que sea la palanca del desarrollo en las próximas décadas».
Hasta ahora, los biocombustibles -que ya contribuyen a la generación de una matriz eléctrica menos dependiente de los combustibles fósiles- constituyen el desarrollo más destacado (de la mano de empresas como ACA BIO, Bioetanol Río Cuarto y El Talar Agroindustrial), pero no el único.
En ese sentido, el libro presenta casos de productores agrícolas, empresas agroindustriales con base biotecnológica y de nuevos proyectos basados íntegramente en la bioeconomía en la Argentina; y casos de la biotecnología, sector de gran desarrollo y potencial en el país, con avances en el ámbito internacional.
Otros ejemplos cubren la transformación de residuos de procesos industriales en subproductos valiosos, como el uso de bagazo de caña de azúcar para producir energía eléctrica (Los Balcanes), cascarilla de maní para la generación de electricidad (Prodeman) o la conversión de efluentes avícolas en biogás (Las Camelias).
Otros casos abordados en el libro son los de Yeruvá, que genera productos con residuos de otras industrias -sangre proveniente de frigoríficos bovinos y aviares u otros efluentes generados en la producción de alimentos- y el Mercado Central, que produce energía eléctrica para autoconsumo con los desechos orgánicos generados en el predio.
Por otro lado, Seeds Energy genera energía eléctrica a partir de marlo y chala (residuos derivados del cultivo de maíz generados por empresas semilleras).
La bioeconomía generó $86.695 millones en 2017, 16,1% del PBI argentino; del total, 85% correspondió a la producción de valor agregado a partir de biomasa y la industrialización de bioproductos; y 15% a los servicios de transporte y comercio asociados, destaca el trabajo.
Entre 2012 y 2017, el crecimiento en volumen fue de 8,3% a precios constantes, más del doble del crecimiento del conjunto de la economía argentina (3,2%).
Por otra parte, los sectores «bio» son claramente exportadores: su valor agregado en la exportación era de 54,5%, contra sólo 10,9% del total de la economía.
Asimismo, en 2017 representaban 67% del total de las exportaciones del país y generaban 12% del total de puestos de trabajo (unos 2,47 millones), con un valor agregado generado por trabajador de US$ 29.200, 25% más que el promedio.
En el libro, los autores hacen un llamado a un «crecimiento comprometido con los desafíos globales de la lucha contra el cambio climático que, al mismo tiempo, permita a la Argentina salir de un estancamiento económico que no corresponde a sus recursos naturales ni a la calidad educativa a la que gran parte de su población se ha disparado».
Para consolidarse, el proceso de crecimiento de la bioeconomía, que hasta ahora ha sido liderado por la iniciativa empresarial, necesita un «papel activo» del Estado en la elaboración de políticas públicas que faciliten la transformación de lo que hoy son «nichos» en nuevas normas de toma de decisiones de inversión y consumo, concluyen.
Fuente: Telam