En términos náuticos no es lo mismo flotar que navegar. La diferencia sustancial es que el navegante actúa, marca un rumbo y lo corrige y adapta a medida que los vientos cambian. A veces le va bien y a veces mal, pero tiene un objetivo, un destino deseado. Mientras que flotar es estar a la deriva, sujeto a esperar que algo, bueno o malo, suceda.
Flotar es estar sin un rumbo determinado, con navegantes que no coordinan sus acciones, se pelean y le echan la culpa de todo a otros. Nuestro país hoy flota. Sin rumbo. A puro conflicto. A pura incertidumbre. Con viejos actores políticos que se reciclan, prometiendo fantasías incumplibles. Con algunos que dicen la verdad y a los que parte de la ciudadanía prefiere no escucha
Porque explicar que para dejar de flotar hay que hacer esfuerzos y pasar ciertas privaciones para tener un país sustentable, no suele ser atractivo porque no suma votos. No es sólo un problema del capitán de turno, sino que la tripulación (los ciudadanos) debemos convencernos que vale la pena, que podemos vivir mejor, educar mejor, trabajar mejor. Este año se presenta, otra vez, una oportunidad de cambio para dejar de flotar y empezar a navegar.
Y hacerlo no sólo individualmente (hay muchos navegantes adaptados a los mares argentinos que dan pelea diaria) sino como conjunto. Conocemos muchas empresas y muchos ciudadanos que ya navegan, esquivando las tormentas que la política y la macroeconomía generan. Una conocida frase de John Maxwell dice que “el pesimista se queja del viento (flota), el optimista espera que cambie (flota también) y el líder arma las velas y navega con el viento que le toca”. Allá vamos.
Fuente: Zorraquín & Meneses