El superfosfato triple mantiene su relevancia global gracias a su alta concentración de fósforo y su eficiencia agronómica, incluso en un mercado que migra hacia alternativas más económicas como los fosfatos de amonio.
El superfosfato triple (TSP), uno de los fertilizantes fosfatados más antiguos del mercado global, vuelve a ganar protagonismo en un contexto donde la eficiencia en el uso del fósforo y la sostenibilidad en la gestión de nutrientes son prioridades estratégicas para productores de todos los continentes. A pesar de la expansión del MAP y el DAP, el TSP conserva un espacio clave por su pureza, su rápida disponibilidad para las plantas y su rol agronómico específico en cultivos sensibles y suelos con marcada deficiencia fosfatada.
Producido a partir de la reacción entre roca fosfórica y ácido fosfórico, su proceso industrial permite obtener un fertilizante que concentra alrededor del 46% de PO, posicionándolo como una de las fuentes secas de fósforo de mayor pureza disponibles en el mercado. Más del 90% del fósforo es soluble en agua, lo que garantiza una disolución inmediata en suelos húmedos y una absorción eficiente por parte de las raíces. Además, aporta cerca de un 15% de calcio, contribuyendo al fortalecimiento radicular y a la estructura integral de la planta.
En campo, el TSP se utiliza tanto en mezclas para aplicación al voleo como en bandas localizadas, especialmente en regiones de África, Asia y América Latina donde la deficiencia de fósforo limita el rendimiento. Su composición libre de nitrógeno lo transforma en una opción ideal para leguminosas, que obtienen su N mediante fijación biológica y requieren aportes fosfatados puros para maximizar la nodulación. En sistemas de bajos insumos o programas de fertilización diferenciada, el superfosfato triple sigue ocupando un lugar central.
Aun así, el consumo global de TSP ha disminuido en las últimas décadas debido al avance del fosfato monoamónico (MAP), que combina nitrógeno y fósforo con menores costos de producción y una logística más eficiente. Esta tendencia se refleja en los mercados de Asia y Norteamérica, donde los fertilizantes compuestos ganan terreno por su versatilidad. Sin embargo, en ciertos suelos alcalinos de Oriente Medio, India, el norte de África y zonas agrícolas de América del Sur, el TSP continúa siendo una herramienta insustituible para corregir deficiencias específicas.
Los especialistas advierten que la gestión del fósforo es uno de los grandes desafíos ambientales del siglo XXI. La aplicación inadecuada de fertilizantes fosfatados -incluido el TSP- puede contribuir a escorrentía superficial, eutrofización y proliferación de algas en cuerpos de agua. Por ello, organismos como la FAO y centros de investigación regionales recomiendan ajustar las dosis según análisis de suelo, adoptar técnicas de aplicación de precisión e integrar prácticas conservacionistas para reducir pérdidas y mejorar la eficiencia.
Más allá de la agricultura, el fosfato monocálcico, componente activo del superfosfato triple, tiene usos relevantes en la industria alimentaria y en la formulación de alimentos balanceados, donde aporta calcio y fósforo de alta biodisponibilidad para ganado y aves. Esta diversificación mantiene la demanda estable, incluso en años de menores compras agrícolas.
En un escenario global que busca equilibrar producción, sostenibilidad y eficiencia en el manejo de nutrientes, el superfosfato triple mantiene un rol técnico definido. Su permanencia en los programas de fertilización demuestra que, aun en tiempos de innovación acelerada, ciertos insumos clásicos siguen siendo esenciales para sostener la productividad agrícola mundial.

