De potencia lanera a actividad en retroceso: por qué el rodeo ovino argentino cayó a mínimos históricos
La ganadería ovina, una de las actividades fundacionales del agro argentino, atraviesa hoy uno de los momentos más críticos de su historia. De haber sido una potencia mundial en producción de lana y carne, con picos de hasta 74 millones de cabezas a fines del siglo XIX, el país pasó a contar en 2024 con apenas 12,4 millones de ovinos, poco más de una cuarta parte del stock que tenía hace 55 años.
Según datos oficiales de la Secretaría de Agricultura, Ganadería y Pesca, en 1970 Argentina registraba 44,3 millones de cabezas. Desde entonces, el camino fue mayormente descendente, con un leve repunte entre 2000 y 2015 que no logró consolidarse. La caída también se refleja en el comercio exterior: de exportar más de 200.000 toneladas de lana a fines de los años 60, hoy el volumen ronda apenas las 31.000 toneladas base sucia.
El avance de la ganadería vacuna y de la agricultura desplazó progresivamente a la actividad ovina hacia el sur del país, concentrándola en la Patagonia. Sin embargo, ni siquiera ese refugio logró amortiguar el deterioro. Entre 2006 y 2024, el stock ovino patagónico se redujo un 35%, pasando de casi 10 millones de cabezas a 6,5 millones, mientras que la producción de lana cayó un 51%, de 47.000 a 23.000 toneladas, según cifras de la Federación de Sociedades Rurales de Chubut
Las causas del retroceso son múltiples y acumulativas. A los desastres naturales —sequías prolongadas, nevadas extremas y erupciones volcánicas— se sumaron décadas de precios internacionales deprimidos, especialmente en los años 80 y 90, por la sobreproducción australiana. En los últimos años, el escenario se agravó con la inestabilidad macroeconómica, la brecha cambiaria y la falta de políticas específicas para el sector.
“La lana es un producto 100% exportable y la brecha cambiaria nos hizo percibir casi la mitad del valor real durante años”, explicó César Guatti, representante de CRA en Santa Cruz. Solo entre las zafras 2019/20 y 2023/24, las pérdidas para los productores por este motivo superaron los US$ 309 millones, de acuerdo con estimaciones sectoriales.
A esto se suman problemas estructurales en el territorio. La expansión descontrolada del guanaco —con una población estimada en cuatro millones de animales en la Patagonia— compite directamente por forraje y agua con las ovejas. La depredación por pumas, zorros y perros asilvestrados también se disparó: en algunas zonas, la mortandad pasó de niveles considerados tolerables (7-8%) a superar el 20%.
Productores y entidades rurales advierten además sobre el impacto del avance de fundaciones y ONG ambientales y la creación de áreas protegidas sin criterios productivos. “La proliferación de parques nacionales despobló campos ganaderos y generó focos de depredadores que hicieron inviable la producción ovina en amplias zonas”, sostuvo Guatti. En Chubut, se estima que alrededor del 40% de los campos están hoy abandonados.
El golpe final llegó este año con la derogación de la Ley Ovina y la disolución del Fondo Fiduciario para la Recuperación de la Actividad Ovina, herramientas que, según el sector, habían sido claves para sostener la actividad desde comienzos de los 2000. “Fue el golpe de gracia”, resumió Jorge Masi Elizalde, productor bonaerense e integrante de la Fundación Barbechando, quien recordó que la ley permitió revertir la caída tras grandes crisis climáticas y volcánicas.
Pese al escenario adverso, los productores no bajan los brazos. “El productor ovino es por vocación”, aseguró Osvaldo Luján, presidente de la Federación de Sociedades Rurales de Chubut. Pero advirtió que la recuperación solo será posible con un plan integral que incluya control de predadores y guanacos, políticas hídricas, incentivos fiscales, financiamiento accesible y reglas claras sobre el uso del suelo.
Mientras tanto, algunos segmentos muestran señales alentadoras. La lana fina patagónica mantiene reconocimiento internacional y la carne ovina, aunque de bajo consumo interno, conserva mercados externos de alto valor, como la Unión Europea. Para el sector, las condiciones para crecer existen, pero el tiempo apremia: sin definiciones de política pública, la histórica ganadería ovina argentina corre el riesgo de seguir achicándose.

