La campaña triguera 2025/26 marcaría un hito productivo sin precedentes, con casi 27 millones de toneladas, aunque la debilidad de los precios globales limita el ingreso de divisas y reabre el debate sobre competitividad y retenciones.
La campaña de trigo 2025/26 se encamina a quedar grabada en los libros de historia del agro argentino. De acuerdo con las últimas estimaciones oficiales, la producción nacional rondaría los 27 millones de toneladas, el mayor volumen registrado desde que existen estadísticas comparables, es decir, desde la campaña 1969/70.
Un informe reciente de la Fundación Mediterránea destaca que se trata de un récord con una particularidad clave: no se explica por una expansión significativa del área, sino por rindes excepcionales, en un contexto de superficie sembrada relativamente estable. Es decir, más trigo por hectárea, no necesariamente más hectáreas.

Según la Secretaría de Agricultura, Ganadería y Pesca, con el 76% del área cosechada a mediados de diciembre de 2025, la producción ya se ubica en 26,8 millones de toneladas, cifra que, de confirmarse, consolidará el récord absoluto para el cereal.
En comparación con la campaña 2024/25, el salto productivo es contundente: un aumento cercano al 50%, desde 18,5 a 26,8 millones de toneladas. El motor principal fue una mejora de casi 40% en los rindes promedio, que pasaron de alrededor de 30 a 40 quintales por hectárea. El área sembrada, en cambio, mostró un crecimiento mucho más moderado, del 4%, al pasar de 6,5 a 6,8 millones de hectáreas.
Incluso frente al récord previo, alcanzado en la campaña 2021/22, el volumen actual sería cerca de 20% superior, explicado casi exclusivamente por la mayor productividad, ya que la superficie implantada se mantuvo en niveles similares.

Sin embargo, el logro agronómico no tendría su correlato en términos comerciales. Con una producción de esta magnitud, se estima que alrededor del 65% del trigo se destinaría al mercado externo, lo que equivale a 17,5 millones de toneladas exportadas. Tomando un precio promedio de USD 200 por tonelada FOB, el ingreso de divisas rondaría los USD 3.500 millones.
Si bien este valor representa una mejora del 17% respecto de la campaña anterior, contrasta con el fuerte crecimiento del volumen exportado, que sería del 37%. La conclusión es clara: se exporta mucho más trigo, pero a un precio sensiblemente menor.
La comparación histórica es aún más elocuente. Frente al máximo en términos de valor registrado en la campaña 2021/22, el ingreso de divisas de la actual campaña sería 26% inferior en términos reales, pese a que las toneladas exportadas resultarían 25% mayores.
La explicación está en los precios internacionales, que se ubican en niveles mínimos de las últimas décadas. El valor promedio del trigo argentino en 2025/26, cercano a USD 201 por tonelada, se encuentra prácticamente empatado con los registros de 2004/05 y apenas por encima del piso observado en 2000/01. En términos de largo plazo, la brecha negativa supera el 30% frente a un promedio histórico cercano a USD 295 por tonelada.
Este contexto global limita de manera directa la capacidad del cultivo para generar divisas, aun en campañas excepcionales desde lo productivo. No obstante, desde el sector destacan algunas señales positivas: condiciones climáticas favorables, menor presión impositiva, avances en la normalización cambiaria y una agenda oficial orientada a reducir costos y trabas administrativas, factores que permitieron sostener al trigo dentro de la rotación pese a precios poco atractivos al inicio del ciclo.
Hacia adelante, el gran desafío pendiente es profundizar ese sendero, en particular avanzando hacia la eliminación de los derechos de exportación. En un esquema sin retenciones, el cultivo tendría mayor margen para sostener la inversión en tecnología, fertilización y manejo, herramientas clave para amortiguar escenarios de precios bajos como el actual.
El récord productivo ya está sobre la mesa. La pregunta que queda abierta es si la Argentina logrará transformar este hito en un proceso sostenible, capaz de combinar alta producción, competitividad y mayor impacto económico para el país, incluso cuando el viento de los mercados internacionales sopla en contra.

